Digitalización del aprendizaje

Si tuvieras encima de una mensa el diccionario de la Real Academia Española, un periódico, una guía de uso de la lavadora, una guía telefónica y un poemario, ¿sabrías diferenciarlos sin necesidad de abrirlos?
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Imagina ahora que estás en casa y se estropea la lavadora. Comienza a echar agua por la puerta a raudales, pero no consigues detenerla ni abrir el tambor. Sobre la mesa, sigues teniendo el diccionario, un periódico, el manual de la lavadora, la guía telefónica y el poemario. ¿Cuál de ellos emplearías para resolver el problema?

¿Serviría de algo sentarse a leer detenidamente la definición de “lavadora” que nos da el diccionario? ¿Buscarías en ese momento en el periódico cómo le va en bolsa a la empresa que ha fabricado la lavadora? ¿Le leerías un poema a la lavadora para tranquilizarla?

Probablemente, acudirías primero al manual de la lavadora para intentar pararla, y quizá después de recoger el agua, a la guía telefónica para llamar al técnico y que venga a arreglarla.

Una vez con el manual de la lavadora en la mano, ¿empezarías a leerlo desde la primera página, palabra a palabra, frase a frase, hasta encontrar la solución a tu problema -incluidos los 17 idiomas en los que está escrito el manual? Si estás en tu sano juicio,  acudirías al índice en búsqueda de un apartado que dijera “En caso de avería” o algo similar.

¿Qué ha ocurrido en este proceso?

  1. En primer lugar, hemos identificado una necesidad: Que la lavadora deje de soltar agua, antes de que el vecino de abajo suba con un piolet en la mano dispuesto a cualquier cosa para que deje de llover en su piso.
  2. En segundo lugar, hemos identificado la herramienta que nos permitirá resolver el problema (el manual de la lavadora) y
  3. en tercer lugar, hemos empleado la lógica que subyace a esa herramienta (el índice del manual) para identificar el apartado que más nos interesa en ese momento puntual.

Cada una de las herramientas presentadas nos permiten tener acceso a un tipo de conocimiento concreto: El diccionario a un conocimiento teórico, el manual de uso a un conocimiento procedimental, el periódico a un conocimiento cronológico, la guía de teléfonos a un conocimiento instrumental y el poemario a un conocimiento emocional.

¿Imaginas qué ocurriría si no supiéramos diferenciar qué tipo de conocimiento necesitamos aplicar en cada momento? Si tuviéramos una cita romántica y nos confundiéramos de clave, podríamos andar por ahí diciendo cosas como: “¿No es verdad, ángel de amor, que en el programa con lejía más blanca la ropa brilla,  y se respira mejor?” El mundo, tal y como lo conocemos, nos exige saber aplicar correctamente el tipo de conocimiento que requiere cada situación.

¿Poseería un aborigen australiano o un indígena de la selva amazónica estas claves? ¿Sabría identificar el problema de la lavadora? ¿Sabría distinguir qué herramienta le ayudaría a resolverlo? ¿Sabría manejarlo una vez identificado? Es probable que no. Este conocimiento no nos acompaña desde la cuna. Es aprendido, y forma parte del proceso de alfabetización entendido en un sentido amplio.

¿Te has leído alguna vez un diccionario de la lengua al completo? Sin embargo, si lo necesitases, sabrías encontrar un término concreto en cuestión de unos segundos. En este caso, la clave que subyace a su uso no es el índice, sino el orden alfabético. Es tan poderoso, que incluso los ingleses, que conducen por la izquierda, miden la distancia  en millas, pesan en micras, miden la temperatura en grados Fahrenheit y se han apuntado al Brexit, aún reconocen que la primera letra del alfabeto es la “a” y la última la “z”.

¿Tendría algún sentido un diccionario que ordenase sus términos de forma aleatoria? Esto nos obligaría a memorizar el orden en el que se presentan los términos. En cada actualización del tomo, estaríamos sudando tinta, temiendo los dos meses siguientes a la recepción del nuevo diccionario, en los que tendríamos que identificar primero los términos nuevos, aprender dónde van situados y eliminar de la memoria los que han caído en desuso. ¡Sería un sinvivir!

Pasemos ahora al entorno digital: Imaginemos que trabajamos como profesores en un instituto de Madrid. Nuestro colegio se ha apuntado a un programa de colaboración interescolar de la Unión Europea a través del cual un equipo de profesores de centros de distintos países de la unión va a colaborar en la elaboración del currículum de una asignatura. Hemos sido seleccionados por nuestro centro para formar parte de ese equipo.

  1. El primer paso que tendremos que dar es mantener una reunión virtual con el equipo para presentarnos, donde el director del proyecto nos explicará en qué consiste y qué se espera de cada uno de nosotros. También en esta reunión se establecerán los equipos de trabajo, las tareas y los plazos a seguir.
  2. El segundo paso consistirá en reuniones de trabajo colaborativo con los profesores que forman parte de nuestro equipo de trabajo para llevar a cabo las tareas asignadas. Imaginemos que consiste en elaborar el contenido de los temas del curso que se expondrán en la plataforma a todos los alumnos de los centros que participan.
  3. Una vez realizado el contenido, tendremos que enviarlo al responsable del proyecto para su validación, pero sólo queremos hacerle llegar la versión final, sin que tenga acceso a los documentos de apoyo que hemos ido creando a lo largo del proceso.
  4. El cuarto paso, una vez validado el contenido, será volcarlo en un entorno digital, transformándolo en un curso online.
  5. Una vez creado el curso, tendremos que publicarlo en una plataforma de teleformación desde la que poder crear planes de formación y hacer el seguimiento de los alumnos de cada grupo.

¿Sabríamos determinar qué necesidad tenemos en cada uno de los pasos? Vamos a verlo:

  1. Para una reunión virtual de estas características, necesitaremos mantener una multiconferencia, preferiblemente con vídeo, y que permita la presentación de documentos a un grupo de personas que se ubican en distintos sitios. Se trata de una comunicación auditiva y visual en tiempo real.
  2. Para un trabajo colaborativo en equipo y a distancia, necesitaremos compartir ficheros e información, de manera que todos los miembros del equipo puedan modificar los archivos de forma simultánea y participar por igual en el proceso creativo. Se trata de una co-creación en tiempo real.
  3. Para enviar un fichero de gran peso a otra persona, necesitaremos subirlo a la nube para que la otra persona se lo pueda descargar desde un entorno privado. Se trata de compartir conocimiento.
  4. Para transformar el contenido creado y validado en un curso online, necesitaremos volcarlo en un lenguaje que sea “responsive”, es decir, que se pueda leer sin problemas desde cualquier tipo de dispositivo. Se trata de un conocimiento procedimental.
  5. Para hacer accesible el contenido a los alumnos, crear grupos y hacer el seguimiento de los estudiantes, necesitaremos subirlo a una plataforma de teleformación. Se trata de una transmisión de conocimiento a distancia con trazabilidad.

Si tuviéramos en el escritorio de nuestro ordenador los siguientes iconos,  ¿sabríamos cuál elegir para resolver las necesidades identificadas para cada uno de los pasos a seguir sin necesidad de abrirlos?

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La primera imagen por la izquierda corresponde a una  plataforma de teleformación, que nos permitiría atender el quinto paso del proceso.

El  segundo icono es de una herramienta de compartición de archivos en la nube, que nos facilitaría la labor del tercer paso del proceso.

El tercer icono corresponde a un aula virtual con videoconferencia, pizarra digital y compartición de archivos, que nos permitiría resolver la necesidad del primer paso.

El cuarto icono es de una herramienta que permite a varias personas el trabajar en un mismo documento de manera simultánea desde distintos puntos del planeta, lo que nos ayudaría a resolver la necesidad del segundo punto.

La última imagen corresponde a un editor de html5, un lenguaje que permite generar contenidos online que sean legibles desde cualquier dispositivo y que sean compatibles con SCORM, es decir, con el lenguaje que emplean las plataformas de teleformación para realizar el seguimiento de los alumnos durante el curso. Nos ayudaría a resolver el cuarto punto del proceso.

Imaginemos que seleccionamos el tercer icono de la izquierda (un aula virtual) para mantener la multiconferencia donde el responsable del proyecto va a compartir con nosotros la presentación del plan de proyecto. ¿Sabemos cuáles son las claves principales de funcionamiento de un aula virtual que nos permitan utilizarla y participar sin necesidad de conocer todas sus funcionalidades?

En realidad, en este caso, si nuestro papel es el de asistentes, nos bastaría con saber que el ponente se comunicará con nosotros por voz o por voz y vídeo, que tenemos a nuestra disposición un chat para lanzar preguntas al ponente sin interrumpirle y que podemos salirnos de la conversación cuando queramos. Aunque este tipo de herramientas incluyen muchas más funcionalidades (grabar la reunión, permitir a otros ver nuestro escritorio, lanzar encuestas, crear grupos, etc), en ese momento concreto no las vamos a utilizar, y por tanto no necesitaremos saber dónde están o cómo emplearlas para tener éxito durante nuestra asistencia.

La misma destreza con la que contamos en el entorno analógico es la que debemos alcanzar en el entorno digital. Pero formarse en las herramientas que nos permiten comunicarnos, colaborar, compartir, crear o impartir conocimiento no significa empaparse de manuales que nos enseñen cada detalle de estas herramientas.

Si tuviéramos que elegir un curso para aprender a hacer una mayonesa casera, ¿cuál  de las siguientes dos opciones elegiríamos?

a) Un profesor que nos indica que deberemos aprendernos el manual completo de uso de la batidora, incluyendo direcciones, teléfonos y correos electrónicos de los servicios de atención al cliente y servicios técnicos, ya que figuran en el manual.

b) Un profesor que nos dice que de la batidora nos basta con saber que se tiene que enchufar y apretar el botón para que funcione, pero que lo importante en la mayonesa es saber combinar el ritmo con el que añadimos el aceite al huevo y el ritmo de la mano contraria con la que batimos para que la mayonesa no se corte. Este profesor nos propone enseñarnos con la práctica desde el primer momento.

De la misma forma que para un niño que está aprendiendo a leer no nos parecería una buena idea pedirle que copie las 15 primeras páginas de la guía telefónica para practicar las letras y los números, y que no esperaríamos que de esta forma adquiriese un cariño especial por la lectura, no deberíamos esperar de un profesor que adquiera una pasión loca por las nuevas tecnologías si en lugar de ayudarle a identificar sus necesidades, a identificar los tipos de herramientas que existen para atender esas necesidades y a conocer las claves que subyacen a esas herramientas, nos dedicamos a hincharles a manuales de instrucciones de aplicaciones de las que sólo van a emplear el 10% en cada ocasión.

Bajo este prisma, desde LearningLovers.org queremos elaborar una formación gratuita específica en innovación y nuevas tecnologías aplicadas al aprendizaje, dirigida a todos los perfiles que participan en el proceso formativo, con el fin de darles las claves del conocimiento digital sin necesidad de obligarles a pasar por un sinfín de manuales de instrucciones que son en su mayor parte tan aburridos como superfluos. ¿Quieres participar en el proceso? ¡Únete a nosotros en LearningLovers.org!

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